martes, 16 de diciembre de 2014

EL NIÑO SIN NOMBRE

En cierta ocasión, un niño huérfano que se ganaba la vida limpiando parabrisas en las calles, había decidido visitar aquel colorido paseo que en las noches del mes de diciembre se pintaba de luces. Adornados los árboles, ataviados con focos multicolores, exponían con sincronía un espectáculo maravilloso. Los sonidos de las melodías animaban en son de paz y anunciaban la pronta llegada de la navidad.

Cientos de personas asistían acompañadas de sus familias y se detenían al pie de un pesebre iluminado, al cual le ofrecían sus plegarias con toda fe y esperanza. Posaban otros y se tomaban fotos, entre medio de risas y alegrías. Al frente, en los senderos de una plaza, se asentaban vendedoras de pasteles que acompañaban con un maravilloso brebaje de maíz. Los niños jugando y corriendo, con sus padres detrás de ellos, los abuelos conversando en las bancas, y los enamorados paseando tomados de la mano. Todos quienes asistían se encontraban felices, todos menos aquel niño de la calle.

Con extrañeza se preguntaba por qué otros niños de su edad tenían a sus padres de la mano. Se preguntaba por qué otros niños de su edad podían lucir su abrigada ropa en medio de las frías noches lluviosas de diciembre. Se preguntaba por qué otros niños no tenían que pedir una moneda para poder comer un pan aquella noche. No comprendía el porqué de su desventura y miraba entristecido cómo todos, menos él, lucían esos rostros de felicidad.

Se acercó al pesebre y miró en su interior a un niño de yeso que era protegido y celebrado y a quien la gente le agradecía por todo lo que tenía. El niño de ropas raídas miraba consternado y no entendía. Unió las palmas de sus pequeñas manos y con la cabeza agachada agradeció con tenue voz por tener junto a él a Manchas, su fiel perro callejero, con quien deambulaba por las calles y con quien dormía por las noches para hallar un poco de calor. Su único amigo, su único compañero. Era todo por lo que ese desprotegido podía agradecer.

Pudo recolectar al final de la noche unas cuantas monedas con las cuales logró comprar un pastel. Lo partió a la mitad y lo compartió con su mascota, quien agradecido le movió la cola. Y mientras las familias se subían a sus vehículos para finalmente marcharse, el niño descalzo y su mascota también se retiraban a pie hacia un rumbo desconocido, hasta perderse en la oscuridad de las calles vacías. Volvería todas las noches, pero nada cambiaría, seguiría siendo invisible ante los ojos de los demás, como un fantasma que vaga, como un alma olvidada, como una penumbra perdida.


Niño sin nombre, perdónanos por lo que te hemos hecho, perdónanos por haberte abandonado, por haberte olvidado en la angustia desolada de una sociedad sin corazón. Perdónanos por haberte dado la espalda y por haberte convertido en la víctima de este sistema podrido, desigual e injusto. Niño sin nombre, abre tus alas y vuela lejos, vete donde el dolor no te pueda alcanzar y llévate a tu mascota. Vuela, vuela sin mirar atrás, allá donde las estrellas bailan entre ellas, allá donde la luna se encuentra con la luz del sol, en un eclipse mágico de felicidad. Tu nombre desconocido no será nunca olvidado…






jueves, 20 de noviembre de 2014

FRÁGIL AMOR

Si acaso tu piel rozaba la mía, sentía como si el mundo estuviese a punto de estallar. Luego me mirabas, serena y sosegada, y sin decir una sola palabra, me dabas un beso, y al final el mundo estallaba.

¿Te amé? No lo sé, pero sí amé cada segundo que te tuve a mi lado. ¿Me amaste? Quizás, pero sé que nunca olvidarás, ni tampoco yo lo haré, cuando nos decíamos “te amo”.

Te tomaba de la mano y te guiaba junto a mí, orgulloso de tenerte, como si le restregara al mundo lo dicho que era y lo feliz que me hacías. Ahora camino por las mismas calles y solo tu recuerdo me acompaña.

Cuando te veía bailando junto a mí, te veía en cámara lenta y grababas en mi mente una película. Ahora me tortura una y mil veces porque no logro detenerla, se repite y se repite incesantemente.

Al fin me di cuenta que es tan frágil el amor y es tan fuerte el orgullo, que cuando ambos se enfrentan, es un duelo a muerte: a veces gana el primero, a veces gana el segundo.

Dejaré un día de ser un muchacho para convertirme en hombre. Dejarás tú de ser una chiquilla y serás una mujer y al fin ambos entenderemos cuán tontos fuimos. Hasta entonces, hasta pronto.

Prometo un día buscarte y decirte cuánto lo siento, volveremos a tomarnos de la mano y a caminar juntos de nuevo. Volveremos a bailar con el cielo de la noche.

¿Te amé? ¿Me amaste? Solo con el tiempo lo sabremos.



viernes, 14 de noviembre de 2014

LLUVIA DE RECUERDOS



Lluvia que me besas, lluvia que me apagas, eres tú la lluvia que mi corazón aclama.

Cielo que derrites, con tus frías lágrimas, lloras día y noche por las sombras que se marchan.

Nube de recuerdos, dulce melodía, esa sinfonía que me llena de esperanzas.

Lluvia que me enfrías, lluvia que me sanas, eres bálsamo de miel que apacigua cada llaga.

Cielo que ofreces, esa dulce calma, eres cielo inmenso que me llena de confianza.

Nube de la noche, truenos estridentes, es tu luz que ciega pero alumbra mi bonanza.

Lluvia que hipnotizas, lluvia que me abrazas, lluvia que me besas y me llenas de añoranza.

Lluvia no te vayas, sin decir te quiero,  llévame contigo hasta el volcán en la montaña.

Lluvia no te vayas, sin decir te amo, llévame contigo y será siempre tuya mi alma.


Copyright© 2014


miércoles, 1 de octubre de 2014

EL NIÑO, EL VIOLINISTA Y EL PIANO

Un padre de familia que era músico se ganaba la vida tocando el piano junto a su amigo de la infancia que tocaba el violín. Ambos tocaban en un restaurante local durante las noches, entreteniendo con sus bellas melodías a los comensales. Los aplausos que recibían eran una forma de gratitud incomparable que a veces se traducían en buenas propinas y otras simplemente en efusivos apretones de mano al finalizar la función.

Para más de uno el deleite de aquel lugar no era la comida, ni la atención, sino era el espectáculo que aquel par de buenos amigos propiciaba, haciendo de la velada, una muy reconfortante. Ciertas noches, generalmente entre semana, el repertorio incluía una mezcla de ritmos a distintos tempos que a todos deleitaba: desde adagio, andante y moderato; hasta allegretto y presto. Los fines de semana incluían toda clase de música alegre, no sólo clásica, sino también contemporánea y de diversas regiones del mundo. Eran ambos tan cultivados que podían tocar por horas y horas sin repetir una sola canción.

Fueron muchos años que tocaron uno con el otro, desde que juntos estudiaron en el conservatorio, y aunque quizá tuvieron oportunidad de tocar en una filarmónica seria, a ellos les gustaba más la idea de tocar para familias de su comunidad en aquel pintoresco y acogedor restaurante.

Una noche de octubre, el pianista no había asistido, dejando a su compañero ante una audiencia ansiosa de escucharles tocar. Sin explicación alguna, el violín tuvo que tocar solitario aquella noche pues la función debía continuar. Al culminar la jornada, el dueño del restaurante le dijo al violinista que a partir del día siguiente tocaría con un nuevo pianista, ya que jamás toleraría la falta de responsabilidad de ninguno de sus empleados. Totalmente conturbado, el violinista fue a casa de su mejor amigo para saber lo que había pasado, pues era muy extraño para él aquella inusual falta.

Ya en casa de su amigo, su esposa le recibe con lágrimas en los ojos. El pianista había sufrido un infarto y fue hallado muerto junto a su piano en frente de la chimenea. El médico había confirmado la falla de su corazón y ya nada se podía hacer. Conmovido como nunca en la vida, el violinista había jurado que la última canción que tocaría sería en el funeral de su compañero y era una que juntos tocaban solo en ocasiones especiales.

El día del funeral, ante una inmensa cantidad de asistentes, yacían el féretro, un piano y el violinista de pie. Todos creían que el piano ahí puesto representaba simbólicamente al difunto músico, pero tras las palabras finales del sacerdote, y tras que todos se pusieran de pie para presenciar el entierro, algo impensado sucedió. El hijo mayor del pianista, de tan solo 14 años de edad se abrió campo entre la multitud y se situó en el piano de su padre muerto y comenzó a tocar junto al violinista “Nocturne 20” de Frédéric Chopin, la canción favorita del amado padre y amigo. Pronto todos, absolutamente conmovidos comenzaron a llorar al oír la melodía mientras el féretro descendía hacia su sepulcro final.

La vida, como la muerte, es una canción. Puede representar alegría y dolor al mismo tiempo, inicio y final, luz y oscuridad, pero en el fondo sigue siendo la misma melodía. Tócala, siéntela y disfrútala hoy porque un día la canción de la vida será tocada por última vez.



jueves, 25 de septiembre de 2014

EL ADIÓS

De las cosas más difíciles que le toca a uno vivir, decir adiós es probablemente una de las más dolorosas de todas. Decirle adiós a alguien amado es como sentir que le arrancan a uno parte del alma, dejándola incompleta para siempre. Y aunque el tiempo todo lo cura, jamás podrá rellenar el vació de aquel adiós flagelador.


Vivimos como almas en pena recordando y recordando, reviviendo aquellos momentos de felicidad, cuando sonreíamos a la luz del sol, cuando soñábamos a la luz de la luna, y por un momento nuestros cuerpos sienten una vez más el fulgor supremo que aquellos recuerdos nos evocan, y sonreímos al revivirlo. Pronto volvemos a la realidad, todo era un sueño, y sentimos el duro golpe del presente que nos llama a la cordura, aun cuando nuestro lacerado corazón se aferra con fuerza a ese recuerdo. Y así pasamos los días, y así pasamos los años, recordando y recordando.


Todos tenemos a alguien a quien alguna vez le hemos dicho adiós. Quizás le dijimos adiós a un viejo amor del pasado, quizás le dijimos adiós a un buen amigo, a una amada mascota, quizás le dijimos adiós a ese tío maravilloso o a ese amado abuelo o abuela. Pudimos decirle adiós a papá, pudimos decirle adiós a mamá, pero probablemente no exista adiós más doloroso que aquel que papá y mamá de dicen a su hijo. Adiós.


Pero el adiós definitivo en realidad no existe, porque nunca dejamos en el pasado a quien un día fue parte esencial de nuestro presente. Decimos adiós, pero en realidad lo que queremos decir es hasta pronto. Cambian las estaciones y aprendemos a vivir con el recuerdo, nuestra mente y nuestro corazón aprenden a coexistir con el dolor y los días dejan poco a poco de ser grises. Pronto las flores tienen color, pronto el cielo vuelve a ser azul y pronto las aves vuelven a hacer música. Decimos adiós, pero en realidad decimos hasta pronto…


domingo, 21 de septiembre de 2014

LA MUJER PERFECTA

Por Boris Aguilar B.

La mujer perfecta es aquella que sabe que jamás dependerá de un hombre para ser feliz, es quien desde temprana edad ha cultivado su carácter y personalidad, y quien siempre ha buscado su total independencia. Una mujer perfecta, a pesar de sus imperfecciones externas, es perfecta en su interior. La mujer perfecta es quien irradia seguridad dondequiera que va y jamás se deja intimidar por otra persona. Sabe cuál es su verdadero valor y siempre exige ser tratada acorde a esa medida. La mujer perfecta es quien sabe lo que quiere en la vida y no le importa ir a contra tendencia para lograr aquello que desea. La mujer perfecta es soñadora, sueña día y noche con un futuro grandioso que puede o no incluir a un hombre como pareja, pues para ella, un hombre es un complemento, mas no así el centro de sus sueños. La mujer perfecta es dueña de sus sentimientos. La mujer perfecta aspira siempre a ser mejor y no deja que sus limitaciones la condicionen.

La mujer perfecta no es un ideal machista, tampoco un grito de guerra feminista, la mujer perfecta es una realidad, existe y se encuentra en todas partes. Está en la oficina lidiando con el cerdo de su jefe, está en casa preparando la cena para sus pequeños, está en el gimnasio levantando pesas junto a los hombres, está en las corporaciones dirigiendo las compañías, está en los gobiernos exigiendo mayor participación femenina, está en las calles dirigiendo el tránsito, está en los hospitales asistiendo a los enfermos, está en las escuelas enseñando a leer, está en las plazuelas pintando retratos y paisajes, está en el banco de sangre donando, está en la presentación de algún libro u obra de teatro, está postulando a presidenta, está negociando un tratado de libre comercio, está vendiendo productos en las calles, está transportando mercancías entre países, está ayudando en labores humanitarias, está rescatando animales, está criando a sus hijos, está luchando contra la pobreza y marginación, está aquí, está allá, está en todo lugar.

La mujer perfecta no deja de serlo por haber sido despedida de su empleo o por haber sido abandonada por algún cretino. La mujer perfecta no deja de serlo por estar deprimida y llorar encerrada en su habitación con el rímel corrido sobre sus mejillas, tampoco deja de serlo por sentirse perdida sin saber a dónde ir, porque en el fondo siempre lo supo y solo es cuestión de tiempo para que se dé cuenta. La mujer perfecta no deja de serlo por tener dificultades para surgir en una sociedad machista que discrimina, en una sociedad machista que acosa, en una sociedad machista que ultraja, porque la mujer perfecta es una guerrera y jamás dejaría que todo eso la acalle, al contrario, la llena de más fuerza para luchar con más brío. Es la mujer perfecta la que traza su camino, es dueña de su destino y es libre aun viviendo esclavizada, porque un cuerpo recluido no siempre es una mente privada.

No importa si posee una carrera universitaria o si es ama de casa, pues el solo hecho de ser mujer la hace perfecta, todo lo demás es un complemento. La verdadera razón por la que una mujer es perfecta es por el admirable hecho de estar diseñada para crear vida, albergándola en su vientre nueve meses y en su corazón por toda la eternidad. Es por eso que la mujer perfecta es abuela, es tía, es sobrina, es nieta. La verdadera mujer es perfecta porque puede ser hija y madre al mismo tiempo.

La mujer es perfecta por el simple hecho de ser mujer.



viernes, 19 de septiembre de 2014

RECUERDOS DE INFANCIA

Cuando tenía tan solo cuatro años, mis padres decidieron inscribirme al kínder. Lo prematuro de esa decisión se debió –según mi padre– a mis constantes quejas pueriles de lo aburrida que me resultaba la vida a los cuatro años de edad. Siendo hijo único y con una alta intolerancia al aburrimiento (cosa que hasta la actualidad no ha cambiado), finalmente, mis padres decidieron enviarme a la escuela.

Así que el día al fin había llegado. Mamá me vistió, alistó mi lonchera color verde y me llevó de la mano rumbo a mi primer día de escuela. Al llegar a ese desconocido lugar, una vez dentro, el panorama era desolador: docenas de niños llorando a coro, implorando no ser abandonados en aquella que para muchos era casi como una cárcel alambrada, pero ciertamente pintoresca. Algunos, más extremos, decidieron aferrarse al brazo o a la pierna de su madre en un intento desesperado de huir con ellas de vuelta a la seguridad y confort de sus hogares.

Mientras ese torbellino de traumáticas emociones infantiles se daba lugar en el patio, yo aguardaba paciente el toque de timbre, ya dentro del establecimiento y solo –mamá se había quedado afuera y me miraba desde el alambrado dándome fuerzas y confianza con su mirada–, lo logró. Pronto, las maestras nos ordenaron en filas y como ha sido el resto de mi vida escolar, yo estaba en primera fila. Entonamos el himno nacional, o al menos los pocos que lo sabíamos; rezamos, como es propio del sistema educativo de nuestro país, y al fin nos dirigieron, una vez más en fila tomados de las pequeñas manos, hacia nuestras respectivas aulas.

Recuerdo a la perfección la apariencia de aquella sala. Las mesas en forma hexagonal y pintadas de distintos colores, los cuadros con dibujos y letras en las paredes, un amplio pizarrón al frente y al fondo un estante amplio con materiales, pinturas, crayones y por supuesto mucha plastilina con la cual disfrutaba crear serpientes multicolor en la hora recreativa.

En las tardes, tras salir de la escuela, mis padres me enviaban a casa de mis abuelos, dado que papá y mamá tenían que trabajar, así que me quedaba al cuidado de mi abuelo, pues era quien estaba libre por las tardes ya que mi abuela trabajaba como enfermera en el hospital.

Mi abuelo, hombre imponente y con mucha autoridad, cuidaba de mí. Como buen maestro jubilado, decidió enseñarme el alfabeto para pasar las tardes. Él tenía en su habitación una pizarra más alta que ancha ubicada justo al frente de la puerta. Aquella pizarra tenía escritas con tiza blanca cada una de las letras del alfabeto, repetida cada letra dos veces, una en mayúscula y la otra en minúscula. Como método de aprendizaje, mi abuelo, me hacía repetir una y otra vez las letras del alfabeto en su debido orden y en voz alta, luego yo tenía que voltearme y apoyarme con los brazos cruzados hacia la pared, como quien juega a las escondidas, y así tenía la tarea de repetir el alfabeto, siempre en voz alta, procurando llegar a la zeta. Me tomó algunos días, pero al fin con la práctica aprendí. Como ya había aprendido el alfabeto, mi abuelo me hacía dibujar las letras en un papel y al cabo de algún tiempo, ya cumplidos mis cinco años en el mes de julio, yo ya sabía leer y escribir.

Como yo era el proyecto de mi abuelo, y ya que todo jubilado se empeña en iniciar nuevos proyectos para hacer más llevadero el retiro, pronto me retó a más y me propuso jugar ajedrez. Comenzó enseñándome a ubicar de forma correcta el tablero, mostrándome con énfasis que siempre debo ponerlo de tal forma que una vez sentado frente a él tenga una casilla negra en la esquina superior derecha. Luego me enseñó a ubicar cada una de las piezas a tiempo de mostrarme cuáles eran sus destrezas, el modo en que se movían y el modo en que se “comían” a sus adversarias. Me enseñó algo también importante: Las reinas adversarias siempre estarían en la misma columna, una frente a la otra y para ello me decía: “Reina negra en la casilla negra, reina blanca en la casilla blanca”. Al final aprendí y jugaba por las tardes con él. Siempre recuerdo aquel hermoso y fino tablero de madera con piezas talladas y base de gamuza verde. Fueron tardes formidables.


Por las mañanas hacía mis deberes en el kínder que incluía unir puntos a figuras para hallarles una forma concreta, pintar diseños, recortar todo tipo de papeles de colores para hacer manualidades, escribir letras y números, y por supuesto, hacer serpientes de plastilina. Por las tardes estaba en manos de mi abuelo, al final de aquel primer año de escuela aprendí más con él que en la escuela misma. A mis cinco años, mi abuelo había logrado enseñarme el alfabeto, a sumar, a multiplicar con los dedos la tabla del nueve, a leer y escribir, y en efecto, a jugar ajedrez. Había dejado en el pasado mis tortuosos cuatro años de aburrimiento extremo y había iniciado un ciclo en mi vida que nunca más se detuvo y probablemente solo se detendrá con mi muerte: mi ciclo de aprendizaje.

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Boris Aguilar Bustamante


jueves, 18 de septiembre de 2014

DANZA DE ESTRELLAS

Un cúmulo de estrellas que yace en lo infinito, aparentemente inamovible pero infinitamente veloz. Estrellas unidas entre sí a través de un lazo gravitatorio invisible que las vuelve hermanas. Ese cúmulo distante que dibuja una silueta, una vez unidos los puntos flamígeros de éstas, las estrellas. Un cúmulo casi perpetuo, que existe hace eones y por eones perdurará hasta que su silueta se disuelva en una danza  interestelar que termina, ya sea fusionándolas o bien alejándolas para siempre.


Una danza celestial que perdura eternamente. Una danza sublime, de lo más cautivante. Una danza de estrellas. Danza de compañeras. Son los violines celestiales que amenizan con su melodía y el piano del tiempo que produce hermosa sinfonía. Vibran de canto a punta, desde el inicio hasta el final, en un Universo interminable. Son los astros celestiales que cautivan toda la creación con su baile magnánimo. Son los astros celestiales que motivan a las constelaciones a formarse en espirales, invitando a todos los planetas a bailar con ellas, formando hermosas figuras, hermosas coreografías.


Algunas –sistemas binarios– bailan entre dos, coqueteando una con la otra por milenios, dando vueltas y seduciéndose hasta un momento en el tiempo en que se fusionan en una sola, en un hermoso beso estelar, con el Cosmos como testigo.


Otras bailan solitarias, girando sobre su eje, erráticas y sin rumbo, perdidas y abandonadas bailando hipnotizadas. A veces visitan a otros sistemas, como otras veces terminan devoradas por algún agujero negro que las llama a bailar con éste, engañándolas y seduciéndolas para hacerlas su presa para toda la eternidad.


Yo soy una estrella, tú eres una estrella y en una infinita pista de baile te busco. Giro y giro, buscándote, llamándote, esperándote. Inmenso Universo, diminuta estrella, ¿dónde te hallas? Te he buscado por milenios y por milenios te seguiré buscando y cuando te encuentre no te voy a dejar, danzaré junto a ti por toda la eternidad, mi estrella, mi compañera.




domingo, 31 de agosto de 2014

NUBE DE SUEÑOS


Una tarde, de muchas tardes confusas, caminaba solitario rumbo a casa mirando las nubes, buscándoles forma, creando en mi mente mil historias, soñando despierto e imaginando cosas maravillosas.
–Si fuese una nube– me decía a mí mismo, –sería todo lo que quisiera ser, porque tomaría la forma que deseara en completa libertad, flotando en el cielo.


Era un pensamiento fabuloso en aquel momento ya que había estado por mucho tiempo perdido, sin saber qué hacer, confundido, totalmente extraviado en un camino indescifrable. Fueron varios años, de esos umbríos en que parece que las cosas no mejoran y, más al contrario, terminan empeorando. Así que desear ser nube era en cierto modo la metáfora perfecta de lo que en el fondo yo deseaba ser y era ser libre, era ser feliz.

Comencé entonces a considerar abandonarlo todo y comenzar de nuevo, iniciar una nueva etapa en la que sea yo mismo quien elija el camino y no así la sociedad, el sistema o mis padres, en un mundo donde existen tan solo mi cuerpo y mi mente, en completa libertad.

Así que me puse a pensar en la gente a lo largo del mundo y la historia que ha alcanzado el éxito, en cualesquiera ámbitos de la vida: negocios, arte, deportes, humanitarismo, etc. Y me dije –¿qué tienen esas personas en común? ¿Qué las hace diferentes o qué las hace semejantes?– y tras pensar y pensar noté lo evidente, algo que todo el mundo sabe pero simula desconocer y es que todas esas personas hicieron algo que realmente les apasionaba, algo que amaron y que les llenó de esperanzas, algo que le dio sentido a sus vidas. Hacer lo que a uno le gusta, en otras palabras, de eso se trata.

Pensadores como Confucio ya lo habían dicho miles de años antes y no era el primero en descubrirlo, pero fue aquella tarde que realmente cobró sentido para mí. Fue ahí que, sin saber lo que exactamente deseaba hacer con mi vida, comencé a pensar en esa posibilidad. Haría algo que me hiciera feliz y sería quien quisiera ser.

Pocas semanas después, por cosas de la vida, encontré ante mí una oportunidad, era una única oportunidad que no sucede a diario, tan solo unas pocas veces en la vida, y la tomé, sin dudarlo, sin pensarlo demasiado, la tomé, y fue desde entonces que encontré algo que amaba y que me apasionaba con vehemencia. Había encontrado aquello que tanto deseaba, aquello que parecía conocer desde siempre pero que en realidad jamás había visto.

El fondo de todo esto halla su raíz más fundamental en la mente, es de ella que proviene la misma realidad. De los pensamientos surgen nuestras decisiones y es ahí donde debemos comenzar. Quizás tuve suerte, pero yo pienso que tal cosa no existe. Quizás fue la ley de atracción, quizás no, pero de una u otra manera, sucedió y en realidad, podría sucederle a cualquiera, solo hace falta desearlo y no desaprovechar ni una sola oportunidad para ser feliz.

Al final, todos, de alguna manera, somos como nubes, depende de cada uno la forma que éstas adopten. No importa que otros las vean como un cúmulo de gas inerte en el cielo, para ti ese cúmulo tiene una forma, y la labras desde tu mente y la construyes con tus acciones, con tus decisiones. Pronto no habrá límites, serás lo que deseas ser, harás lo que amas hacer y lo más importante, serás libre.