Un
cúmulo de estrellas que yace en lo infinito, aparentemente inamovible pero
infinitamente veloz. Estrellas unidas entre sí a través de un lazo gravitatorio
invisible que las vuelve hermanas. Ese cúmulo distante que dibuja una silueta,
una vez unidos los puntos flamígeros de éstas, las estrellas. Un cúmulo casi
perpetuo, que existe hace eones y por eones perdurará hasta que su silueta se
disuelva en una danza interestelar que termina, ya sea fusionándolas o
bien alejándolas para siempre.
Una
danza celestial que perdura eternamente. Una danza sublime, de lo más
cautivante. Una danza de estrellas. Danza de compañeras. Son los violines
celestiales que amenizan con su melodía y el piano del tiempo que produce
hermosa sinfonía. Vibran de canto a punta, desde el inicio hasta el final, en
un Universo interminable. Son los astros celestiales que cautivan toda la
creación con su baile magnánimo. Son los astros celestiales que motivan a las
constelaciones a formarse en espirales, invitando a todos los planetas a bailar
con ellas, formando hermosas figuras, hermosas coreografías.
Algunas
–sistemas binarios– bailan entre dos, coqueteando una con la otra por milenios,
dando vueltas y seduciéndose hasta un momento en el tiempo en que se fusionan
en una sola, en un hermoso beso estelar, con el Cosmos como testigo.
Otras
bailan solitarias, girando sobre su eje, erráticas y sin rumbo, perdidas y
abandonadas bailando hipnotizadas. A veces visitan a otros sistemas, como otras
veces terminan devoradas por algún agujero negro que las llama a bailar con
éste, engañándolas y seduciéndolas para hacerlas su presa para toda la
eternidad.
Yo soy
una estrella, tú eres una estrella y en una infinita pista de baile te busco.
Giro y giro, buscándote, llamándote, esperándote. Inmenso Universo, diminuta
estrella, ¿dónde te hallas? Te he buscado por milenios y por milenios te
seguiré buscando y cuando te encuentre no te voy a dejar, danzaré junto a ti
por toda la eternidad, mi estrella, mi compañera.
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