Echada boca abajo,
tendida sobre la cama con las sábanas apenas cubriéndote el cuerpo. Un moño
sosteniendo tu cabello. Y tu torso desnudo, blanco como la arena de una playa
virgen. Un oasis, un Edén, era tu cuerpo mi paraíso y era donde deseaba pasar
la vida entera. Volteabas el rostro para mirarme mientras me vestía, y me
esbozabas una tenue sonrisa a la que no me podía resistir. Aún a medio vestirme,
me ponía sobre ti para besar tu terso y frágil cuello. Podía escuchar cada
latido de tu corazón sincronizado con el mío. Besaba tus hombros desnudos que
se estremecían cuando mis labios te acariciaban, y lentamente bajaba hacia tu
templada espalda. Sentía cómo se te erizaba la piel con tan solo tocarte, y un
ligero gemido cuando besaba tu suave espalda baja. Recorrer tu cuerpo de ángel
era el placer más grande que alguna vez podía sentir. Girabas de inmediato y
enlazabas mi cuerpo con tus bellas piernas y tomándome del rostro besabas mis
labios ígneos y el tiempo se detenía. No podía parar, no deseaba parar, quería
pertenecerte por siempre y que jamás dejara de tenerte. Fuiste mi eternidad,
aun cuando lo nuestro fue tan efímero. Ahora llevas contigo mis besos tatuados
en tu piel, esos besos que nadie podrá jamás borrar. Solo tú y yo sabemos
cuánto, cuánto te amé, cuánto me amaste.
No me olvides…
No me olvides…
Boris Aguilar Bustamante
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