martes, 10 de febrero de 2015

MANANTIAL

Dejar hacer a la vida lo que hace cada día es dejarnos llevar por el cauce de sus aguas, dejarnos flotar en ellas, dejar que nos arrastren de espaldas mientras contemplamos el cielo, y en cada una de las nubes que vemos, un episodio diferente de nuestras vidas se proyecta, incluso desde la infancia, desde nuestra maravillosa niñez.

Y así, el manantial de la vida que emerge desde lo profundo de la tierra, forma las sendas del río del tiempo y llega al grandioso océano del destino, uno muy vasto, grandioso e infinito. Pero, no siempre es manso el arroyo que nos conduce, en ciertos tramos de su milenario recorrido, se transforma en fúrico caudal de aguas profundas y agitadas, que chocan contra férreas rocas, cual obstáculos que pretenden detener su avance, y en estruendosa lucha, las aguas furiosas triunfan y se abren paso a pesar de la dureza de los imponentes peñascos. Quien navega esas aguas infernales, sabrá que es una lucha por la supervivencia: triunfar o morir, vivir o sumergir, emerger o perecer. Es todo menos sencillo.

En ciertas ocasiones, el caudal agitado halla al fin su calma para encontrarse con un sereno lago, en el cual las aguas pacíficas invitan a soñar y a descansar y a sentir la fresca brisa en el rostro; brisa que calma, brisa que reconforta. A veces una tenue llovizna tibia cae como gotas que renuevan, como gotas que purifican, como gotas que alientan. Es el lago el momento en el tiempo en el que somos felices, y el caudal agitado el momento en el tiempo en el que sufrimos. El lago es la recompensa de la lucha; el caudal, la prueba que nos vuelve fuertes, que forja nuestro carácter y que labra nuestra templanza. Varios lagos navegaremos y varios caudales nos embestirán, todos necesarios para un día al fin desembocar en el mar de la eternidad, océano del destino, nuestro tramo final, nuestro último objetivo: el naufragio eterno.

Las noches calmadas del arroyo o las noches estrelladas del lago son instantes inmutables del tiempo que otorgan la paz suficiente para poder recargar la fortaleza y enfrentar así a las tempestades y ciclones venideros. Las ventiscas voraces, huracanes tempestuosos que gritan en la lejanía, como voces perdidas que sufren y que buscan redención, son tragadas por el vórtice del indolente huracán que destroza todo cuanto halla en su camino y perturba el alma del río y perturba el alma del mar. Pero no todos saben que mientras más fuerte sopla el huracán, más alto podemos volar.

A pesar de que uno ha atravesado los más violentos caudales, las más cruentas tempestades, las cuales dejan heridas, recuerdos, traumas y cicatrices, es gracias a esos momentos que somos quienes somos. Somos resultado, más que de nuestras sonrisas, de nuestras lágrimas, pues cada una de ellas nos ha forjado, nos ha labrado, nos ha esculpido, y debemos estar agradecidos porque de cada una de ellas hemos aprendido. No olvides que, el caudal furioso nos ha enseñado a valorar y disfrutar con más intensidad los días placenteros en el lago.

Vivamos, sonriamos, la vida es hermosa, es manantial de felicidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario