Por Boris
Aguilar Bustamante
Si de momentos
está hecha la vida, hay algunos que pesan más que otros porque sencillamente
impactan con más fuerza y calan más profundo en nuestros corazones, dejando
huellas imborrables en el alma que nunca desaparecerán, a pesar incluso de la
inclemencia del paso del tiempo, que todo lo borra, que todo lo olvida.
Oruro y su majestuoso
carnaval representan en mi vida uno de esos momentos. Me han dejado adornado de
colores el espíritu y me han obsequiado un recuerdo inmutable de felicidad que
durará para toda la vida. Oruro, pueblo de alegría y carnaval, de gente
hospitalaria y gentil, de fiesta y concordia, de unión y de paz.
A lo largo de la
carretera Cochabamba Oruro, recorro sus montañas áridas y su planicie reverdecida por el
rocío de lluvia, noto durante el trayecto que me hallo cada vez más cerca del
cielo, y las nubes que imitan algodones parecen estar a pocos metros de mí. Y
al escalar la cordillera andina, finalmente las tocamos y transcurrimos entre
medio de nubes como si voláramos por el inmenso cielo cubierto de blanca
niebla. Ha sido lo más parecido que he sentido a ser ave y sentir cómo las
alturas le invitan a uno a soñar y a desear alcanzar más aún lo alto de este
mundo. Volar por el altiplano boliviano es soñar con días mejores, llenos de
felicidad.
Aves de amplias
alas surcan los cielos y camélidos rumiantes observan curiosos. Asentados al
borde de la carretera, docenas de perros apostados en la vereda miran
hipnotizados el transcurso de los vehículos, a pesar de que no es posible
observar un rastro de civilización en kilómetros. Las curvaturas del camino hacen
las veces de un vaivén que gira de un lado al otro y que de alguna manera
emulan los cambios bruscos con que a veces nos topamos en la vida. A medida que
escalamos el altiplano, los oídos se tapan y hace falta tragar un poco de
saliva para recuperar la total audición. El sonido tenue del motor y el eco del
silencio, son lo único sonoro en tan vasta inmensidad.
Pinos verdes
aparecen de vez en cuando, pinos amarillos de piedra en cierto lugar. Cultivos
a veces, otras en cambio rústicas casas de adobe. Campesinos que jalan algún
animal a veces saludan a los visitantes, y en ciertos momentos, niños con las
caritas quemadas que extienden la mano. Algunos carteles que ofrecen productos
como sal y batanes, y en efecto, batanes de piedra de todo tamaño son expuestos
al borde de la carretera.
Cada cierto
tramo, un pueblo misterioso y diminuto aparece, en el cual nunca falta un
templo precario construido de barro en cuya cúpula se expone la santa cruz que
recuerda lo devota que es su población. Pasar del valle al altiplano, es todo
eso y más, es un viaje lleno de curiosidades, pero sobre todo lleno de
emociones. Admirable es la magnanimidad del imponente e interminable altiplano
boliviano y de sus montañas inmensas que cuidan a la cordillera como gigantes
guardianes de un pueblo secular y milenario que alberga en sus fértiles
tierras, incontables riquezas, tanto naturales como humanas.
Ya en la ciudad
de Oruro, el viernes previo a la majestuosa entrada, miles de bailarines se
encuentran ajetreados ultimando los detalles de sus trajes; al mismo tiempo,
miles de turistas arriban a la pequeña urbe orureña para colmar sus calles con
una multiplicidad de razas y etnias que hacen del carnaval de Oruro la cuna del
mundo y la sede central de la fraternidad, la unión y la alegría.
Es impactante
llegar a la ciudad y ver el majestuoso Monumento a la Virgen del Socavón, quien
nos da la bienvenida con su cetro sagrado en una mano y su niño Jesús en la
otra. Cordial como su gente, otorga su bendición a los que llegan a la ciudad.
Es parte de la rutina dejar las cosas en el hotel y correr al Socavón, en cuyas
faldas se erige el imponente templo en cuyo interior se encuentra el centro
esencial del carnaval y la verdadera razón de su existencia: La Virgencita del
Socavón, venerada por millones y bendecida por el mismo cielo divino. Millares
de fieles asisten ante sus pies para pedirle con lágrimas su bendición, sobre
todo los bailarines quienes de rodillas imploran el perdón de sus pecados, le agradecen
por sus buenaventuras y le piden bendiciones para sus familias y seres
queridos. Nunca antes había conocido tan conmovedora devoción colectiva que
promueve a miles de miles a ofrecerle sus danzas bailadas con amor, devoción y
mucha fe. La Virgen del Socavón es la verdadera razón por la cual el carnaval
de Oruro tiene sentido.
Centenares de
comerciantes se asientan en las calles e invitan a los visitantes a probar sus
productos. Varias cholitas asentadas sobre pequeños bancos ofrecen exquisiteces
preparadas con manos de madre, alimentando a la gente ansiosa de probar nuevos
y deliciosos sabores. He probado el picor de una caliente ranga por la noche, así como las crocantes patitas de cordero o las
adictivas tripitas en bañador de metal. El refresco de moconchinchi caliente es un deleite para calentar las noches frías
de febrero, así como el helado de canela para refrescar las cálidas tardes.
Pero nada mejor que visitar la ranchería y comer anonadado un maravilloso
chorizo orureño con su propia sazón deleitante. Al irnos un charquekan de la terminal de buses.
Y al fin llega
el día esperado: sábado de carnaval. Comienza temprano la fiesta y la fastuosa
entrada de Oruro es noticia en Bolivia y el mundo. Docenas de fraternidades y
miles de bailarines danzan por las calles de la ciudad, ofreciendo un
espectáculo que no tiene par. Son realmente admirables los trajes de cada
danza. Confeccionados a mano y elaborados por los mejores artesanos del mundo,
son la expresión de la perfección vuelta arte. Piedras y lentejuelas, uñetas y
perlas, cintas de colores tornasol y una serie de otros materiales de primera
son empleados en su elaboración. De telas finas multicolor, resaltan al sol y
dan la impresión de que seres divinos recorren las calles al son de las bandas,
las cuales son, además, un espectáculo eufórico. Toda la fiesta continúa hasta
el domingo de carnaval.
Los danzarines y
las bandas de música son el espíritu de todo el carnaval. Contagian de alegría
y éxtasis a todos quienes nos asentamos en las graderías del recorrido. Es
imposible no bailar, reír, saltar y mirar embelesado la majestuosidad de la
mejor entrada del mundo. La música de todos los ritmos propios de nuestra
tierra boliviana, le recuerdan al mundo que venimos de una cultura milenaria
rica en contenido que ha labrado por siglos este tesoro divino llamado folklor.
Es por estas y muchas más razones que el Carnaval de Oruro es Obra Maestra del Patrimonio
Oral e Intangible de la Humanidad.
Es a través de
esta experiencia inefable que uno olvida por completo sus problemas. El
carnaval de Oruro es eso, es un portal a otra dimensión en el que solo existe
alegría, música y color. El carnaval de Oruro es ensueño, es surrealismo, es
fantasía. El carnaval de Oruro es bailar en el cielo, es volar en su tierra y
es navegar en un mar inmenso de felicidad.
Gracias Oruro.
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