jueves, 14 de mayo de 2015

DESCONEXIÓN

Por Boris Aguilar


Recorrí una noche tu cuerpo, tendido a mi merced. Sentí tu tersa piel desnuda que me embriagaba de placer, y mis sentidos ya no existían sino era para admirarte, para desearte, para enlazarse a tu ser; mujer hermosa, mujer divina. Mi cuerpo adormecido se había convertido en esclavo de tu deleite, y las horas eran tan solo segundos, y esos segundos, una eternidad. Mujer preciosa, mujer perfecta.

Se conectaron nuestras almas de inmediato, mucho antes de quitarnos la ropa, incluso antes del primer “hola”, sino en aquel instante en que mis ojos se fusionaron con tu mirada cautivadora, aquella tarde que nunca olvidaré. No sé por qué nos conocimos, ni sé si pudo durar más, pero en la brevedad de ese corto tiempo, logré sentir tus alas de ángel, que me invitaron a volar contigo, hacia un páramo desconocido donde solo necesitaba de ti. Pero en medio de ese recorrido, solté tus alas y caí, y me perdí en un desierto desolado, solo, abandonado, desorientado, sin saber dónde te hallabas, sin saber si te volvería a encontrar. A pesar de la distancia, seguíamos conectados, tú allá, libre en las alturas; yo acá, esclavo de mis males. Divagué por incontables horas imaginando que nos reencontrábamos, alucinando, quizás por la insolación. Recordaba las veces que te tendías junto a mí y me mirabas con ese rostro angelical, y me tentabas con ese cuerpo endemoniado, motivo de mi perdición, y al mismo tiempo, razón de mi existencia. Lo eras todo, lo fuiste todo, durante ese breve pedazo de existencia.

Quedé enceguecido por tanto mirar el cielo, buscando tu silueta libre y vivaz. Y el resplandor del sol abrasador me recordaba las noches de pasión en que también me enceguecía tu brillo de fuego y me quemaba la piel tu cuerpo, dejando llagas ardientes que todavía me duelen, que todavía me arden. Cada una de esas quemaduras, son recordatorios de esos días de intensa conexión, que mi memoria podrá borrar, pero nunca mi corazón. Un día fuimos incendio, ahora somos brasa que agoniza lentamente y que se apaga tristemente para dejar polvo de ceniza.

Quizás nuestros días juntos se hayan acabado, pero nuestros recuerdos perdurarán eternamente. Quizás ya no pueda darte un beso, pero en mis sueños sigues siendo mía. Quizás ya no pueda sentir tu cuerpo, pero no necesitamos estar cerca para que, de vez en cuando, nuestras almas decidan encontrarse. Quizás ya no seamos lo que fuimos y nos hayamos perdido, pero una parte de mí estará conectada a ti por siempre…

No voy a olvidarte jamás, ángel divino.




jueves, 9 de abril de 2015

SEAMOS NIÑOS UNA VEZ MÁS

Por Boris Aguilar


De niños somos soñadores, imaginamos mundos de colores e inventamos heroicas historias. Estamos hambrientos de aventuras que se desarrollan a lo largo del día en el amplio jardín y discutimos con mamá cuando nos obliga a ir a la cama cuando se asoma la luna junto al canto de los grillos. Le faltan horas al día para realizar tantas proezas, y aun dormidos, seguimos imaginando, seguimos soñando.

Quizás porque cuando somos niños todavía no hemos visto la devastación del mundo y la corrupción del ser humano. En toda nuestra inocencia no tenemos ni la más remota idea de que existe dolor y desolación en el mundo exterior. Cuando somos niños no tenemos demasiadas preocupaciones, quizás por eso es que tenemos más tiempo para soñar. Nuestras preocupaciones a temprana edad pasan por decidir qué juguetes usar o qué programa de dibujos animados ver; nos preguntamos si mamá se dará cuenta si acaso osamos en usar sus ollas de cocina a modo de batería improvisada o si se molestará al ver que decidimos pintarrajear las paredes, en un intento de representar las maravillosas historias que abundan en nuestras inocentes mentes soñadoras.

A veces nos metemos en problemas cuando el alcance de nuestras travesuras supera los límites de la paciencia de los adultos, y terminamos recibiendo una reprimenda que a veces nos arranca algunas lágrimas, que pronto son olvidadas cuando vuelven a nuestras mentes las siguientes hazañas que estamos dispuestos a cometer. Mamá, no se las espera y es por eso que siempre termina sorprendiéndose ante cada ocurrencia infantil que atenta contra las paredes, los documentos importantes de papá, los cosméticos de mamá o las estampillas de colección del abuelo.

Nunca se es más soñador que cuando somos niños, es durante la niñez que desarrollamos esa capacidad innata del ser humano de imaginarnos a nosotros mismo en otras dimensiones del espacio y del tiempo. No existen límites de la imaginación humana, mucho menos de la imaginación de un niño. Pero, es triste saber que en la medida en que crecemos, poco a poco, nos olvidamos de soñar y nos convertimos en presas cautivas de una sociedad que obliga a tener los pies en el suelo. Las obligaciones del colegio reemplazan a las tardes de historietas y lápices de colores. Los exámenes finales reemplazan a las tardes de tierra y coches de juguete. Las pruebas para entrar a la universidad reemplazan a las mañanas de plastilina; y pronto, las deudas y la hipoteca reemplazan a los juegos de mesa con fichas de colores y dinero ficticio. Crecemos y dejamos de soñar.

Pronto la vida parece que se nos acaba, que el tic tac del reloj ahora corre en sentido contrario, pues la cuenta regresiva ha comenzado a partir del momento en que tomamos noción real de la muerte. Entonces, deseamos vivir apresurados. Buscamos un título universitario para luego buscar un empleo de 12 horas diarias y así ganar todo el dinero posible para comprar una casa y un auto. Buscamos un esposo o esposa con quien procrear para pronto enseñarles a nuestros hijos a vivir apresuradamente, así como a nosotros se nos ha enseñado a vivir. Nos olvidamos de nuestros sueños, porque muchas veces no son pragmáticos y resultan una pérdida de tiempo, o simplemente, no son rentables para mantener el estilo de vida codicioso que deseamos.

Pero, no todos renuncian a su niñez, algunos, unos cuantos, deciden nunca dejar de ser niños y así nunca dejar de soñar. Las aventuras ahora no son con dragones, ahora son con proyectos y objetivos. Dejamos de imaginarnos en la luna para pasar a imaginarnos en otro confín del planeta, viajando, conociendo personas y lugares. Quizás las ilusiones ya no sean las de un niño inocente, sino las de un niño adulto que no se ha olvidado de soñar pero que ha aprendido las duras lecciones de la vida de tal manera que esos sueños sean alcanzables, y sin importar cuánto cueste, cuánto tome y hasta cuánto duela, haremos todo por alcanzarlos, absolutamente todo.

Quienes se han olvidado de ser niños, se han olvidado de vivir y han aprendido a subsistir en medio del caos llamado sociedad. Quienes se han olvidado de ser niños, se han vuelto amargados y han desarrollado frenéticas compulsiones para lidiar con las presiones del trabajo. Quienes se han olvidado de ser niños, han corrompido sus corazones y han desarrollado hábitos mundanos que promueven el odio y la explotación. Quienes se han olvidado de ser niños, se han olvidado que aun con las cosas más sencillas se puede ser feliz, porque ni todo el ostento del mundo es suficiente cuando aprendemos a codiciar más y más, mirando etiquetas de precio pero no momentos de verdadero valor. Una charla, una risa, un café, la compañía de un amigo, o un simple “te quiero” escrito en una servilleta pueden ser más valiosos que cualquier objeto material comprado con horas perdidas de nuestra vida y juventud usadas para ganar el dinero que compran tales objetos vacíos y sin significado.


Seamos niños jugando a ser adultos. Seamos niños una vez más y aprendamos a perdonar. Seamos niños una vez más y aprendamos a no herir. Seamos niños una vez más y aprendamos a sonreír. Seamos niños una vez más y volvamos a soñar, volvamos a vivir.


Dedicado a Ángela Ramos


miércoles, 11 de marzo de 2015

LA CONEXIÓN

Por Boris Aguilar

Cuando dos cuerpos desnudos se hallan, tras haberse deseado algún tiempo, dependiendo del grado de deseo, es que distintos niveles de conexión se pueden dar. A veces, es un mero deseo carnal que se acumula por algunas horas o días y que desenlaza en un júbilo de exultación y placer desenfrenados. Aquella persona a quien uno conoce en una fiesta, un conocido o amistad por quien nace un deseo, o simplemente alguien con quien las cosas no fueron planeadas. Sexo casual le denominan y se practica con amplia frecuencia.

Otro tipo de encuentros, son aquellos en que el deseo se origina de una forma más consciente. Alguien con quien se tiene algún tipo de conexión que pudo haber sido labrada por semanas o meses. Alguien con quien uno puede tener una relación romántica y con quien, sencillamente, se acuerda “pasar al siguiente nivel”: el de las sábanas. Además del deseo y la lujuria, probablemente no todo sea mera carnalidad, algún tipo de lazo sentimental puede unir a ambos individuos, convirtiendo a este tipo de encuentros, menos superficiales y algo más trascendentales. No afirmo con esto que un encuentro “casual” resulte mejor o peor que un encuentro más sentimental y de pareja. Francamente, nada está escrito a manera de ley acerca de este tema. Todo depende de los individuos en cuestión. Todos somos libres de elegir.

No obstante, otra forma de encuentro existe entre los seres humanos, y que, en mi humilde y muy inexperta opinión, resulta la más profunda de todas. Es aquella que, antes de desearse los cuerpos, se desean las almas. Es un grado de conexión tan profundo que escapa a las normas convencionales del tiempo, es decir, ¿cuánto se debe esperar para tener el primer encuentro sexual? Cuando la conexión es instantánea, entonces, el tiempo deja de ser una variable de la ecuación.

Cuando se suscita este grado de conexión inmediata, y que sucede pocas veces en la vida, quizás solo una, no importa cuál ocurra primero, si el sexo o el amor, porque al final de cuentas, ambos sucederán, indistintamente del orden. ¿Tenemos sexo o hacemos el amor? En este tipo de relación, ambas. Simplemente porque se fusionan los cuerpos, pero también se fusionan las almas, y también se fusionan las mentes. Es un grado completo de conexión. No existe grado de conexión entre dos amantes mayor a ese, simplemente no existe. La atracción y el deseo de unión son tan fuertes que es casi imposible evitarlos. Toma control de la mente por completo y guía por sí solo hacia aquello que se desea de forma indescriptible: esa otra mitad.

Cuando uno halla una conexión de esta naturaleza con alguien, el sentido de completitud cobra verdadero sentido. Uno es uno estando con el otro. El uno sin el otro se siente incompleto y es tal el efecto que, incluso las operaciones cotidianas de la vida, tan mecánicas y sencillas, resultan complejas y confusas. No se trata solo de sexo, y no es una cuestión de codependencia, es sencillamente el llamado de millones de años de evolución que se traduce en la necesidad de hallar a esa otra mitad indicada que, sin saberlo o sin desearlo, hemos esperado por toda la vida. No todas las personas la encuentran, porque no todas somos compatibles, quienes sí, dichosas sean, pues generalmente pasamos nuestras vidas al lado de personas equivocadas creyendo ser las indicadas, en una vida de mentira y banal ilusión.

El sexo ya no es solo sexo, el sexo es conexión, es encuentro, es erotismo, es amor, es arte, cuando se halla a esa otra persona. Es completitud, es complemento, es unión, es descubrimiento, es verdadera pasión. Y a pesar de que cientos de estudios científicos hablen de ello, es sencillamente un enigma.

John Monbourquette (2009) en su libro “Cómo descubrir tu misión personal” dice y cito: “De acuerdo con David Spangler en su libro The Call’, solo existe una misión real [del ser humano]… LA DE AMAR” (p.16). Y es esa misión la que estamos llamados a lograr.

El amor real es verdadera conexión, física, mental y espiritual; todo lo demás es una mentira.

¿Has encontrado a tu otra mitad?





miércoles, 18 de febrero de 2015

CARNAVAL DE ORURO, EL MEJOR DEL MUNDO

Por Boris Aguilar Bustamante


Si de momentos está hecha la vida, hay algunos que pesan más que otros porque sencillamente impactan con más fuerza y calan más profundo en nuestros corazones, dejando huellas imborrables en el alma que nunca desaparecerán, a pesar incluso de la inclemencia del paso del tiempo, que todo lo borra, que todo lo olvida.

Oruro y su majestuoso carnaval representan en mi vida uno de esos momentos. Me han dejado adornado de colores el espíritu y me han obsequiado un recuerdo inmutable de felicidad que durará para toda la vida. Oruro, pueblo de alegría y carnaval, de gente hospitalaria y gentil, de fiesta y concordia, de unión y de paz.



A lo largo de la carretera Cochabamba Oruro, recorro sus montañas áridas y su planicie reverdecida por el rocío de lluvia, noto durante el trayecto que me hallo cada vez más cerca del cielo, y las nubes que imitan algodones parecen estar a pocos metros de mí. Y al escalar la cordillera andina, finalmente las tocamos y transcurrimos entre medio de nubes como si voláramos por el inmenso cielo cubierto de blanca niebla. Ha sido lo más parecido que he sentido a ser ave y sentir cómo las alturas le invitan a uno a soñar y a desear alcanzar más aún lo alto de este mundo. Volar por el altiplano boliviano es soñar con días mejores, llenos de felicidad.

Aves de amplias alas surcan los cielos y camélidos rumiantes observan curiosos. Asentados al borde de la carretera, docenas de perros apostados en la vereda miran hipnotizados el transcurso de los vehículos, a pesar de que no es posible observar un rastro de civilización en kilómetros. Las curvaturas del camino hacen las veces de un vaivén que gira de un lado al otro y que de alguna manera emulan los cambios bruscos con que a veces nos topamos en la vida. A medida que escalamos el altiplano, los oídos se tapan y hace falta tragar un poco de saliva para recuperar la total audición. El sonido tenue del motor y el eco del silencio, son lo único sonoro en tan vasta inmensidad.

Pinos verdes aparecen de vez en cuando, pinos amarillos de piedra en cierto lugar. Cultivos a veces, otras en cambio rústicas casas de adobe. Campesinos que jalan algún animal a veces saludan a los visitantes, y en ciertos momentos, niños con las caritas quemadas que extienden la mano. Algunos carteles que ofrecen productos como sal y batanes, y en efecto, batanes de piedra de todo tamaño son expuestos al borde de la carretera.


Cada cierto tramo, un pueblo misterioso y diminuto aparece, en el cual nunca falta un templo precario construido de barro en cuya cúpula se expone la santa cruz que recuerda lo devota que es su población. Pasar del valle al altiplano, es todo eso y más, es un viaje lleno de curiosidades, pero sobre todo lleno de emociones. Admirable es la magnanimidad del imponente e interminable altiplano boliviano y de sus montañas inmensas que cuidan a la cordillera como gigantes guardianes de un pueblo secular y milenario que alberga en sus fértiles tierras, incontables riquezas, tanto naturales como humanas.

Ya en la ciudad de Oruro, el viernes previo a la majestuosa entrada, miles de bailarines se encuentran ajetreados ultimando los detalles de sus trajes; al mismo tiempo, miles de turistas arriban a la pequeña urbe orureña para colmar sus calles con una multiplicidad de razas y etnias que hacen del carnaval de Oruro la cuna del mundo y la sede central de la fraternidad, la unión y la alegría.


Es impactante llegar a la ciudad y ver el majestuoso Monumento a la Virgen del Socavón, quien nos da la bienvenida con su cetro sagrado en una mano y su niño Jesús en la otra. Cordial como su gente, otorga su bendición a los que llegan a la ciudad. Es parte de la rutina dejar las cosas en el hotel y correr al Socavón, en cuyas faldas se erige el imponente templo en cuyo interior se encuentra el centro esencial del carnaval y la verdadera razón de su existencia: La Virgencita del Socavón, venerada por millones y bendecida por el mismo cielo divino. Millares de fieles asisten ante sus pies para pedirle con lágrimas su bendición, sobre todo los bailarines quienes de rodillas imploran el perdón de sus pecados, le agradecen por sus buenaventuras y le piden bendiciones para sus familias y seres queridos. Nunca antes había conocido tan conmovedora devoción colectiva que promueve a miles de miles a ofrecerle sus danzas bailadas con amor, devoción y mucha fe. La Virgen del Socavón es la verdadera razón por la cual el carnaval de Oruro tiene sentido.



Centenares de comerciantes se asientan en las calles e invitan a los visitantes a probar sus productos. Varias cholitas asentadas sobre pequeños bancos ofrecen exquisiteces preparadas con manos de madre, alimentando a la gente ansiosa de probar nuevos y deliciosos sabores. He probado el picor de una caliente ranga por la noche, así como las crocantes patitas de cordero o las adictivas tripitas en bañador de metal. El refresco de moconchinchi caliente es un deleite para calentar las noches frías de febrero, así como el helado de canela para refrescar las cálidas tardes. Pero nada mejor que visitar la ranchería y comer anonadado un maravilloso chorizo orureño con su propia sazón deleitante. Al irnos un charquekan de la terminal de buses.

Y al fin llega el día esperado: sábado de carnaval. Comienza temprano la fiesta y la fastuosa entrada de Oruro es noticia en Bolivia y el mundo. Docenas de fraternidades y miles de bailarines danzan por las calles de la ciudad, ofreciendo un espectáculo que no tiene par. Son realmente admirables los trajes de cada danza. Confeccionados a mano y elaborados por los mejores artesanos del mundo, son la expresión de la perfección vuelta arte. Piedras y lentejuelas, uñetas y perlas, cintas de colores tornasol y una serie de otros materiales de primera son empleados en su elaboración. De telas finas multicolor, resaltan al sol y dan la impresión de que seres divinos recorren las calles al son de las bandas, las cuales son, además, un espectáculo eufórico. Toda la fiesta continúa hasta el domingo de carnaval.


Los danzarines y las bandas de música son el espíritu de todo el carnaval. Contagian de alegría y éxtasis a todos quienes nos asentamos en las graderías del recorrido. Es imposible no bailar, reír, saltar y mirar embelesado la majestuosidad de la mejor entrada del mundo. La música de todos los ritmos propios de nuestra tierra boliviana, le recuerdan al mundo que venimos de una cultura milenaria rica en contenido que ha labrado por siglos este tesoro divino llamado folklor. Es por estas y muchas más razones que el Carnaval de Oruro es Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.


Es a través de esta experiencia inefable que uno olvida por completo sus problemas. El carnaval de Oruro es eso, es un portal a otra dimensión en el que solo existe alegría, música y color. El carnaval de Oruro es ensueño, es surrealismo, es fantasía. El carnaval de Oruro es bailar en el cielo, es volar en su tierra y es navegar en un mar inmenso de felicidad.

Gracias Oruro.








martes, 10 de febrero de 2015

MANANTIAL

Dejar hacer a la vida lo que hace cada día es dejarnos llevar por el cauce de sus aguas, dejarnos flotar en ellas, dejar que nos arrastren de espaldas mientras contemplamos el cielo, y en cada una de las nubes que vemos, un episodio diferente de nuestras vidas se proyecta, incluso desde la infancia, desde nuestra maravillosa niñez.

Y así, el manantial de la vida que emerge desde lo profundo de la tierra, forma las sendas del río del tiempo y llega al grandioso océano del destino, uno muy vasto, grandioso e infinito. Pero, no siempre es manso el arroyo que nos conduce, en ciertos tramos de su milenario recorrido, se transforma en fúrico caudal de aguas profundas y agitadas, que chocan contra férreas rocas, cual obstáculos que pretenden detener su avance, y en estruendosa lucha, las aguas furiosas triunfan y se abren paso a pesar de la dureza de los imponentes peñascos. Quien navega esas aguas infernales, sabrá que es una lucha por la supervivencia: triunfar o morir, vivir o sumergir, emerger o perecer. Es todo menos sencillo.

En ciertas ocasiones, el caudal agitado halla al fin su calma para encontrarse con un sereno lago, en el cual las aguas pacíficas invitan a soñar y a descansar y a sentir la fresca brisa en el rostro; brisa que calma, brisa que reconforta. A veces una tenue llovizna tibia cae como gotas que renuevan, como gotas que purifican, como gotas que alientan. Es el lago el momento en el tiempo en el que somos felices, y el caudal agitado el momento en el tiempo en el que sufrimos. El lago es la recompensa de la lucha; el caudal, la prueba que nos vuelve fuertes, que forja nuestro carácter y que labra nuestra templanza. Varios lagos navegaremos y varios caudales nos embestirán, todos necesarios para un día al fin desembocar en el mar de la eternidad, océano del destino, nuestro tramo final, nuestro último objetivo: el naufragio eterno.

Las noches calmadas del arroyo o las noches estrelladas del lago son instantes inmutables del tiempo que otorgan la paz suficiente para poder recargar la fortaleza y enfrentar así a las tempestades y ciclones venideros. Las ventiscas voraces, huracanes tempestuosos que gritan en la lejanía, como voces perdidas que sufren y que buscan redención, son tragadas por el vórtice del indolente huracán que destroza todo cuanto halla en su camino y perturba el alma del río y perturba el alma del mar. Pero no todos saben que mientras más fuerte sopla el huracán, más alto podemos volar.

A pesar de que uno ha atravesado los más violentos caudales, las más cruentas tempestades, las cuales dejan heridas, recuerdos, traumas y cicatrices, es gracias a esos momentos que somos quienes somos. Somos resultado, más que de nuestras sonrisas, de nuestras lágrimas, pues cada una de ellas nos ha forjado, nos ha labrado, nos ha esculpido, y debemos estar agradecidos porque de cada una de ellas hemos aprendido. No olvides que, el caudal furioso nos ha enseñado a valorar y disfrutar con más intensidad los días placenteros en el lago.

Vivamos, sonriamos, la vida es hermosa, es manantial de felicidad.