Si acaso tu piel rozaba la mía,
sentía como si el mundo estuviese a punto de estallar. Luego me mirabas, serena
y sosegada, y sin decir una sola palabra, me dabas un beso, y al final el mundo
estallaba.
¿Te amé? No lo sé, pero sí amé
cada segundo que te tuve a mi lado. ¿Me amaste? Quizás, pero sé que nunca
olvidarás, ni tampoco yo lo haré, cuando nos decíamos “te amo”.
Te tomaba de la mano y te guiaba
junto a mí, orgulloso de tenerte, como si le restregara al mundo lo dicho que
era y lo feliz que me hacías. Ahora camino por las mismas calles y solo tu
recuerdo me acompaña.
Cuando te veía bailando junto a
mí, te veía en cámara lenta y grababas en mi mente una película. Ahora me
tortura una y mil veces porque no logro detenerla, se repite y se repite
incesantemente.
Al fin me di cuenta que es tan frágil
el amor y es tan fuerte el orgullo, que cuando ambos se enfrentan, es un duelo a
muerte: a veces gana el primero, a veces gana el segundo.
Dejaré un día de ser un muchacho
para convertirme en hombre. Dejarás tú de ser una chiquilla y serás una mujer y
al fin ambos entenderemos cuán tontos fuimos. Hasta entonces, hasta pronto.
Prometo un día buscarte y
decirte cuánto lo siento, volveremos a tomarnos de la mano y a caminar juntos
de nuevo. Volveremos a bailar con el cielo de la noche.