Hace algunos años, fui a una fiesta de año nuevo en casa del primo de un amigo. Fui no tanto porque deseaba celebrar el acontecimiento, sino porque en realidad no deseaba quedarme en casa encerrado. Llegué a la una de la mañana. Había mucha gente para ser una fiesta privada. Quizás unas cien personas. Tras entrar, saludé al anfitrión, le deseé mis buenos augurios para el nuevo año y posterior a eso lo primero que hice fue servirme una copa de malbec para calentarme un poco en aquella gélida noche. Los pocos amigos que tenía en esa fiesta estaban con sus novias o conquistas temporales. Cada uno en su mundo. Comenzaba a pensar que la idea de quedarme en casa no era tan mala después de todo, al menos en ella estaría muy cómodo y caliente, a diferencia de cómo me sentía en ese extraño lugar. Empecé a considerar la idea de irme, comprarme una hamburguesa en el camino y terminar viendo películas hasta quedarme dormido. Al final, era solo un día más, como cualquiera.
Me acerqué nuevamente al bar para llenar mi copa con más vino. Alguien me preguntó si podía servirle la suya. Una muchacha, que también bebía vino, y tal parece que éramos los únicos que lo hacíamos; los demás bebían de todo, pero nadie más tomaba vino. Bueno, al menos ya había encontrado a una compañera de copas con quien podía cuanto menos conversar y así ir descartando paulatinamente la idea de la hamburguesa y las películas. «Becca, mi nombre es Becca. Llegué ayer por la tarde» dijo mientras empujaba con la mano izquierda la base de la botella para que le llenara más la copa. Tras ver sus ojos verdes, lo segundo que vi fueron sus blancas y delgadas manos y sus rojas uñas. Usaba un par de anillos en los dedos, eran unas manos hermosas. «Y, de dónde llegaste. Con quién viniste a la fiesta» le pregunté, tras decirle mi nombre, mientras vaciaba lo que quedaba de vino en mi copa y de reojo buscaba una nueva botella. Para mi suerte, había al menos unas cuatro más. Me contó que era prima del dueño de la casa y anfitrión de la fiesta, que había llegado del extranjero, que es donde estudiaba hace ya algún tiempo. Que había vuelto quizás después de tres años y que se iría en los primeros días de enero.
Conforme pasaba la madrugada y una a una se iban acabando las botellas de vino, ya nos habíamos contado para entonces todas las cosas aburridas que cada uno hace, como dónde trabajaba o qué estudiaba o qué cosas nos gustaban a ambos. En efecto, el vino hacía lo suyo. Ya me había quitado la chaqueta y mis mejillas ya estaban enrojecidas, la música ya no me parecía tan horrenda y hasta la gente comenzaba a agradarme. «¿No te parece acaso la fiesta más aburrida del mundo?» me pregunta, y no atino a responderle porque estoy algo atontado y además no puedo dejar de ver sus colorados cachetes también enrojecidos por el vino, muy entendible dado que se había bebido al menos dos botellas y media de nuestro limitado suministro de cuatro. Al acabarse el vino, nos sirvió a ambos whisky, y todos saben que el whisky no es precisamente mi bebida predilecta, no porque no lo disfrute, sino porque me embriaga con mayor rapidez que cualquier otro licor. «Qué acaso te colgaste o qué. Anda dime» vuelve a preguntar esta vez aparentemente más seria. «Sí, a decir verdad, no es precisamente la mejor fiesta a la que haya ido» le respondí, y era verdad, pero a pesar de eso, la estaba pasando bien. «Mira, haremos lo siguiente. ¿Ves los escalones en espiral de aquella esquina? Subiré y tras cinco minutos subes tú. Procura ser discreto» me ordenó, sin siquiera preguntarme si me parecía la idea, antes de que pueda responderle, ella ya se había puesto de pie e hizo exactamente lo que dijo, fue hacia la escalera en espiral, y como si nada, subió. ¿Debería controlar los cinco minutos en mi reloj? Comencé a sentirme nervioso. Demonios. Bebo un sorbo de whisky. Hago la mueca que siempre hago tras beberlo. Un sujeto se me acerca y comienza a hablarme. No logro atenderlo y hasta quizás soy descortés. El muchacho se ríe de algún chiste que hizo y que solo él entendió. Me cuenta algo, pero yo no puedo dejar de ver esas malditas escaleras en espiral. No sé si ya pasaron los cinco minutos. Maldición. Miro a mi alrededor, y ya todos están ebrios. Bebo un último sorbo de whisky. Me acabo la copa, hago la mueca, me pongo de pie y me dirijo hacia aquellas escaleras. Al llegar a ellas, sin el menor cuidado de si alguien me ve, subo torpemente. Al tomar la barandilla noto que traspiro de las manos.
«Por qué tardaste tanto. Comenzaba a pensar que te habías ido». Aquel era una especie de pequeño estudio, con varios estantes llenos de libros y algunos cuadros en las paredes. Reconocí la “Primavera” de Boticcelli. «Ven, qué esperas» me dice dirigiéndose hacia una puerta. Entró, entré. Al otro lado un corredor con más cuadros y al final otro ambiente con algunos sillones. A la izquierda otras escaleras, las cuales sube sin esta vez insistirme. Subiendo aquellas gradas, había algunas puertas y un corredor de cristal. Entró a ese corredor de cristal mientras yo pensaba que esa era realmente una casa muy grande. «Quítate la ropa» me dice, una vez más dándome una orden. «Tranquilo, ‘freaky’. ¿Qué está pensando tu sucia mente? Entraremos al jacuzzi» me dice mientras me señala una sección dentro de ese raro ambiente en el que había un gran jacuzzi, algunas pantallas de televisión en las paredes, una mesa de billar en el fondo y varias otras cosas que no logro ver porque me es muy difícil ver otra cosa que no sea su blanca silueta que se va descubriendo mientras se quita la ropa y queda en ropa interior. Abre uno de los grifos de agua, pronto el jacuzzi se llena, lo enciende y al mismo tiempo se encienden unas luces de neón que cambian de colores. Era algo así como un muy sofisticado y fino motel, pero para ricos. «Este es el pequeño ‘spa’ de mi tío. Él dice que por su trabajo lo necesita, que no es un lujo propiamente, sino una necesidad. O es eso o según él podría morir». Intrigado le pregunto «¿y qué exactamente hace tu tío», temiendo que se trate de un jefe de la mafia o algo así y que había cámaras por todo el lugar. «Corredor de bolsa» me dice mientras se hace un moño en el cabello y pone un pie dentro del jacuzzi, luego pone el otro. Exclama que el agua está deliciosa y finalmente mete su cuerpo hasta el cuello. «Anda. Qué esperas. ¿Una carta de invitación?». Cuando me acerco, me dice «hey, alto, antes tráenos una botella de vino y dos copas. Busca por allá» me dice mientras señala con su dedo hacia la sección donde se encuentra la mesa de billar. En efecto, veo un mini bar al fondo. Encuentro una botella de vino, saco dos copas que cuelgan y las llevo. No termino de entender qué es lo que exactamente está sucediendo. «¿Trajiste el sacacorchos?» pregunta ya sabiendo la respuesta por la expresión de su cara. Por centésima vez en la noche me hizo sentir como un retrasado, así que volví al mini bar a buscar un sacacorchos el cual se hallaba a simple vista.
Tras servir las dos copas de vino, y ya una vez dentro del jacuzzi, ella dice risueña: «Propongo un brindis. Que este año nuevo no sea nunca olvidado. Que a pesar de que quizás no volvamos a vernos. Nos recordemos siempre. Salud», y chocó mi copa. Bebimos, y sin más, comenzamos a besarnos. Atinamos a poner las copas en el borde del jacuzzi. Así, con total naturalidad, como si nos hubiésemos reencontrado de antes, como si nos hubiésemos conocido de muchos años, así, como si nada, nos besamos. Se abrazó de mi cuello, y ante la tenue luz de los neones, sonreía. Sus ojos verdes parecían brillar más de lo normal por el reflejo de los colores que cambiaban y que emanaban desde dentro de aquel jacuzzi. La tomaba de la cintura y ella se aferraba a mi cuello y espalda. Mientras me besaba, sostenía mi mentón con su mano e introducía su dedo pulgar en mi boca. Sentía que estaba flotando, no era el vino, no era el agua, sino la excitación de tener a esa hermosa mujer de verdes ojos aferrándose a mi cuerpo, como si no pudiese dejarlo, como si nuestros cuerpos necesitaran estar cerca, más cerca, cada vez más unidos. Tenues gemidos endulzaban mis oídos y ni una sola palabra era dicha. No era necesario decir nada, nuestros cuerpos se entendían a la perfección, como si ya antes hubiesen hecho esto y se conocieran del pasado. Desabrocho su brasier, y ella lentamente se lo quita, y al hacerlo me enlaza con él y me jala hacia su boca. Realmente siento que floto. No puedo terminar de concebir la idea, pero me dejo llevar, me dejo llevar, como ella también lo hace y entra en un trance, y solo me besa, y solo me toca, pero no dice nada. Le quito la otra prenda, y ella hace lo propio conmigo. Ya nada más importa. Olvidé dónde estoy. Olvidé que es año nuevo. Olvidé que es la casa del primo de un amigo. Olvidé que la conocí hace pocas horas. Lo olvidé todo, estaba ebrio de éxtasis. Olvidé el tiempo. Olvidé el lugar. En trance, perdido, completamente perdido, pero perdido en ella, en su cuerpo. Sentí miedo, miedo de no volverla a ver. Era absurdo, a penas la conocía. Y así, de forma casi desesperada, como si ya no pudiésemos aguardar un solo segundo más, fuimos uno, fui parte de ella y ella de mí. Esta vez ya no eran tenues sus gemidos, sino estallidos de placer. Ya no estaba calmada el agua, sino hecha un torbellino. Su cabello se había desatado, y así suelto y mojado, caía sobre su rostro. Y sus ojos compenetrados con los míos. No podíamos dejar de mirarnos. Como si el universo mismo cupiera en sus hermosos ojos verdes. Cada vez nos acelerábamos más, y más, y más. Podía sentir su agitada respiración, combinada con sus gemidos, cada vez más ruidosos, que eran como música para mis oídos y combustible para mi cuerpo. El agua ardía y sentía que mi cuerpo se quemaba, pero me gustaba, me fascinaba. Y así, como en cámara lenta, levantó la cabeza mientras yo no dejaba de mirarla y lanzó un grito. El eco de ese grito, resuena aún en mi mente…
No la volvería a ver nuevamente, no despierto, porque a veces, se aparece en mis sueños, y con sus hermosas manos blancas con dos anillos en sus delgados dedos me entrega una copa de vino y me sonríe. «Becca, mi nombre es Becca».
-------------------------------------
Boris Aguilar Bustamante
23/12/2017
Boris Aguilar Bustamante
23/12/2017