jueves, 9 de abril de 2015

SEAMOS NIÑOS UNA VEZ MÁS

Por Boris Aguilar


De niños somos soñadores, imaginamos mundos de colores e inventamos heroicas historias. Estamos hambrientos de aventuras que se desarrollan a lo largo del día en el amplio jardín y discutimos con mamá cuando nos obliga a ir a la cama cuando se asoma la luna junto al canto de los grillos. Le faltan horas al día para realizar tantas proezas, y aun dormidos, seguimos imaginando, seguimos soñando.

Quizás porque cuando somos niños todavía no hemos visto la devastación del mundo y la corrupción del ser humano. En toda nuestra inocencia no tenemos ni la más remota idea de que existe dolor y desolación en el mundo exterior. Cuando somos niños no tenemos demasiadas preocupaciones, quizás por eso es que tenemos más tiempo para soñar. Nuestras preocupaciones a temprana edad pasan por decidir qué juguetes usar o qué programa de dibujos animados ver; nos preguntamos si mamá se dará cuenta si acaso osamos en usar sus ollas de cocina a modo de batería improvisada o si se molestará al ver que decidimos pintarrajear las paredes, en un intento de representar las maravillosas historias que abundan en nuestras inocentes mentes soñadoras.

A veces nos metemos en problemas cuando el alcance de nuestras travesuras supera los límites de la paciencia de los adultos, y terminamos recibiendo una reprimenda que a veces nos arranca algunas lágrimas, que pronto son olvidadas cuando vuelven a nuestras mentes las siguientes hazañas que estamos dispuestos a cometer. Mamá, no se las espera y es por eso que siempre termina sorprendiéndose ante cada ocurrencia infantil que atenta contra las paredes, los documentos importantes de papá, los cosméticos de mamá o las estampillas de colección del abuelo.

Nunca se es más soñador que cuando somos niños, es durante la niñez que desarrollamos esa capacidad innata del ser humano de imaginarnos a nosotros mismo en otras dimensiones del espacio y del tiempo. No existen límites de la imaginación humana, mucho menos de la imaginación de un niño. Pero, es triste saber que en la medida en que crecemos, poco a poco, nos olvidamos de soñar y nos convertimos en presas cautivas de una sociedad que obliga a tener los pies en el suelo. Las obligaciones del colegio reemplazan a las tardes de historietas y lápices de colores. Los exámenes finales reemplazan a las tardes de tierra y coches de juguete. Las pruebas para entrar a la universidad reemplazan a las mañanas de plastilina; y pronto, las deudas y la hipoteca reemplazan a los juegos de mesa con fichas de colores y dinero ficticio. Crecemos y dejamos de soñar.

Pronto la vida parece que se nos acaba, que el tic tac del reloj ahora corre en sentido contrario, pues la cuenta regresiva ha comenzado a partir del momento en que tomamos noción real de la muerte. Entonces, deseamos vivir apresurados. Buscamos un título universitario para luego buscar un empleo de 12 horas diarias y así ganar todo el dinero posible para comprar una casa y un auto. Buscamos un esposo o esposa con quien procrear para pronto enseñarles a nuestros hijos a vivir apresuradamente, así como a nosotros se nos ha enseñado a vivir. Nos olvidamos de nuestros sueños, porque muchas veces no son pragmáticos y resultan una pérdida de tiempo, o simplemente, no son rentables para mantener el estilo de vida codicioso que deseamos.

Pero, no todos renuncian a su niñez, algunos, unos cuantos, deciden nunca dejar de ser niños y así nunca dejar de soñar. Las aventuras ahora no son con dragones, ahora son con proyectos y objetivos. Dejamos de imaginarnos en la luna para pasar a imaginarnos en otro confín del planeta, viajando, conociendo personas y lugares. Quizás las ilusiones ya no sean las de un niño inocente, sino las de un niño adulto que no se ha olvidado de soñar pero que ha aprendido las duras lecciones de la vida de tal manera que esos sueños sean alcanzables, y sin importar cuánto cueste, cuánto tome y hasta cuánto duela, haremos todo por alcanzarlos, absolutamente todo.

Quienes se han olvidado de ser niños, se han olvidado de vivir y han aprendido a subsistir en medio del caos llamado sociedad. Quienes se han olvidado de ser niños, se han vuelto amargados y han desarrollado frenéticas compulsiones para lidiar con las presiones del trabajo. Quienes se han olvidado de ser niños, han corrompido sus corazones y han desarrollado hábitos mundanos que promueven el odio y la explotación. Quienes se han olvidado de ser niños, se han olvidado que aun con las cosas más sencillas se puede ser feliz, porque ni todo el ostento del mundo es suficiente cuando aprendemos a codiciar más y más, mirando etiquetas de precio pero no momentos de verdadero valor. Una charla, una risa, un café, la compañía de un amigo, o un simple “te quiero” escrito en una servilleta pueden ser más valiosos que cualquier objeto material comprado con horas perdidas de nuestra vida y juventud usadas para ganar el dinero que compran tales objetos vacíos y sin significado.


Seamos niños jugando a ser adultos. Seamos niños una vez más y aprendamos a perdonar. Seamos niños una vez más y aprendamos a no herir. Seamos niños una vez más y aprendamos a sonreír. Seamos niños una vez más y volvamos a soñar, volvamos a vivir.


Dedicado a Ángela Ramos