Por Boris Aguilar
Cuando dos cuerpos desnudos se hallan, tras haberse deseado algún tiempo, dependiendo del grado de deseo, es que distintos niveles de conexión se pueden dar. A veces, es un mero deseo carnal que se acumula por algunas horas o días y que desenlaza en un júbilo de exultación y placer desenfrenados. Aquella persona a quien uno conoce en una fiesta, un conocido o amistad por quien nace un deseo, o simplemente alguien con quien las cosas no fueron planeadas. Sexo casual le denominan y se practica con amplia frecuencia.
Otro tipo de encuentros, son
aquellos en que el deseo se origina de una forma más consciente. Alguien con
quien se tiene algún tipo de conexión que pudo haber sido labrada por semanas o
meses. Alguien con quien uno puede tener una relación romántica y con quien,
sencillamente, se acuerda “pasar al siguiente nivel”: el de las sábanas. Además
del deseo y la lujuria, probablemente no todo sea mera carnalidad, algún tipo
de lazo sentimental puede unir a ambos individuos, convirtiendo a este tipo de encuentros,
menos superficiales y algo más trascendentales. No afirmo con esto que un
encuentro “casual” resulte mejor o peor que un encuentro más sentimental y de
pareja. Francamente, nada está escrito a manera de ley acerca de este tema.
Todo depende de los individuos en cuestión. Todos somos libres de elegir.
No obstante, otra forma de
encuentro existe entre los seres humanos, y que, en mi humilde y muy inexperta
opinión, resulta la más profunda de todas. Es aquella que, antes de desearse
los cuerpos, se desean las almas. Es un grado de conexión tan profundo que escapa
a las normas convencionales del tiempo, es decir, ¿cuánto se debe esperar para
tener el primer encuentro sexual? Cuando la conexión es instantánea, entonces,
el tiempo deja de ser una variable de la ecuación.
Cuando se suscita este grado de conexión
inmediata, y que sucede pocas veces en la vida, quizás solo una, no importa cuál
ocurra primero, si el sexo o el amor, porque al final de cuentas, ambos
sucederán, indistintamente del orden. ¿Tenemos sexo o hacemos el amor? En este
tipo de relación, ambas. Simplemente porque se fusionan los cuerpos, pero
también se fusionan las almas, y también se fusionan las mentes. Es un grado
completo de conexión. No existe grado de conexión entre dos amantes mayor a ese,
simplemente no existe. La atracción y el deseo de unión son tan fuertes que es
casi imposible evitarlos. Toma control de la mente por completo y guía por sí
solo hacia aquello que se desea de forma indescriptible: esa otra mitad.
Cuando uno halla una conexión de
esta naturaleza con alguien, el sentido de completitud cobra verdadero sentido.
Uno es uno estando con el otro. El uno sin el otro se siente incompleto y es
tal el efecto que, incluso las operaciones cotidianas de la vida, tan mecánicas
y sencillas, resultan complejas y confusas. No se trata solo de sexo, y no es
una cuestión de codependencia, es sencillamente el llamado de millones de años
de evolución que se traduce en la necesidad de hallar a esa otra mitad indicada que, sin
saberlo o sin desearlo, hemos esperado por toda la vida. No todas las personas
la encuentran, porque no todas somos compatibles, quienes sí, dichosas sean,
pues generalmente pasamos nuestras vidas al lado de personas equivocadas
creyendo ser las indicadas, en una vida de mentira y banal ilusión.
El sexo ya no es solo sexo, el sexo
es conexión, es encuentro, es erotismo, es amor, es arte, cuando se halla a esa
otra persona. Es completitud, es complemento, es unión, es descubrimiento, es
verdadera pasión. Y a pesar de que cientos de estudios científicos hablen de
ello, es sencillamente un enigma.
John Monbourquette (2009) en su
libro “Cómo descubrir tu misión personal” dice y cito: “De acuerdo con David
Spangler en su libro ‘The
Call’, solo existe una misión real [del ser humano]… LA DE AMAR” (p.16). Y es
esa misión la que estamos llamados a lograr.
El amor real es verdadera
conexión, física, mental y espiritual; todo lo demás es una mentira.
¿Has encontrado a tu otra mitad?