miércoles, 1 de octubre de 2014

EL NIÑO, EL VIOLINISTA Y EL PIANO

Un padre de familia que era músico se ganaba la vida tocando el piano junto a su amigo de la infancia que tocaba el violín. Ambos tocaban en un restaurante local durante las noches, entreteniendo con sus bellas melodías a los comensales. Los aplausos que recibían eran una forma de gratitud incomparable que a veces se traducían en buenas propinas y otras simplemente en efusivos apretones de mano al finalizar la función.

Para más de uno el deleite de aquel lugar no era la comida, ni la atención, sino era el espectáculo que aquel par de buenos amigos propiciaba, haciendo de la velada, una muy reconfortante. Ciertas noches, generalmente entre semana, el repertorio incluía una mezcla de ritmos a distintos tempos que a todos deleitaba: desde adagio, andante y moderato; hasta allegretto y presto. Los fines de semana incluían toda clase de música alegre, no sólo clásica, sino también contemporánea y de diversas regiones del mundo. Eran ambos tan cultivados que podían tocar por horas y horas sin repetir una sola canción.

Fueron muchos años que tocaron uno con el otro, desde que juntos estudiaron en el conservatorio, y aunque quizá tuvieron oportunidad de tocar en una filarmónica seria, a ellos les gustaba más la idea de tocar para familias de su comunidad en aquel pintoresco y acogedor restaurante.

Una noche de octubre, el pianista no había asistido, dejando a su compañero ante una audiencia ansiosa de escucharles tocar. Sin explicación alguna, el violín tuvo que tocar solitario aquella noche pues la función debía continuar. Al culminar la jornada, el dueño del restaurante le dijo al violinista que a partir del día siguiente tocaría con un nuevo pianista, ya que jamás toleraría la falta de responsabilidad de ninguno de sus empleados. Totalmente conturbado, el violinista fue a casa de su mejor amigo para saber lo que había pasado, pues era muy extraño para él aquella inusual falta.

Ya en casa de su amigo, su esposa le recibe con lágrimas en los ojos. El pianista había sufrido un infarto y fue hallado muerto junto a su piano en frente de la chimenea. El médico había confirmado la falla de su corazón y ya nada se podía hacer. Conmovido como nunca en la vida, el violinista había jurado que la última canción que tocaría sería en el funeral de su compañero y era una que juntos tocaban solo en ocasiones especiales.

El día del funeral, ante una inmensa cantidad de asistentes, yacían el féretro, un piano y el violinista de pie. Todos creían que el piano ahí puesto representaba simbólicamente al difunto músico, pero tras las palabras finales del sacerdote, y tras que todos se pusieran de pie para presenciar el entierro, algo impensado sucedió. El hijo mayor del pianista, de tan solo 14 años de edad se abrió campo entre la multitud y se situó en el piano de su padre muerto y comenzó a tocar junto al violinista “Nocturne 20” de Frédéric Chopin, la canción favorita del amado padre y amigo. Pronto todos, absolutamente conmovidos comenzaron a llorar al oír la melodía mientras el féretro descendía hacia su sepulcro final.

La vida, como la muerte, es una canción. Puede representar alegría y dolor al mismo tiempo, inicio y final, luz y oscuridad, pero en el fondo sigue siendo la misma melodía. Tócala, siéntela y disfrútala hoy porque un día la canción de la vida será tocada por última vez.